jueves, 26 de abril de 2012

LAS PANDILLAS

“LA VIDA LOCA” LA IDENTIDAD DE LAS PANDILLAS

Cuando se habla de pandillas, vienen a colación, primero, los factores sociales como la desigualdad social,  la pobreza,  extrema pobreza y la paternidad irresponsable entre otros, los cuales contribuyen en el surgimiento y la proliferación de estos grupos; segundo, las condicionantes emocionales, que se conforman en lugares en donde los padres no existen para darles doctrina familiar, estudio y fortalecimiento de su autoestima, constituyéndose los jóvenes -hombres y mujeres- en caldo de cultivo para integrar células iniciales de estos grupos; y finalmente se unen el Estado y sociedad excluyentes, que agregan valor para su desarrollo y comportamiento. 

A estos jóvenes, el conflicto con la sociedad, las autoridades y con otros grupos rivales los ha llevado a involucrarse emocionalmente en organizaciones callejeras que suplen el hogar y que por la falta de oportunidades educativas y expectativas laborales,  adoptan comportamientos anti sociales o delictivos que han rebasado fronteras, intercambiando y exportando una conducta y simbología propia, que para ellos -para nosotros también- son manifestaciones de pertenencia y reconocimiento social.   El pasado de los integrantes de cada grupo tiene algo en común y la convivencia y el intercambio permanente de experiencias, posibilita crear lazos de amistad, al grado de defenderse mutuamente y solucionarse los problemas “en familia”.   Un (a) joven que no tiene padres ni hogar, que le han faltado familiares cercanos, maestros y escuelas que le inspiren disciplina, que vive en una sociedad que no tienen principios y valores, pero su edad va encaminada hacia a la búsqueda de identidad, es vulnerable, es presa fácil para ser inducidos a estas agrupaciones.

Aunque en realidad la identificación y solidaridad de jóvenes de su edad son particulares; dentro del grupo, estas amistades inicialmente llenan sus aspiraciones, las frustraciones vienen después; y es allí donde la consonancia del lenguaje, grafitis, cantos, señales con las manos, los tatuajes, la vestimenta floja, y la música, que son rasgos característicos que identifican un pandillero, se convierte en una fuerza identitaria que los une, porque estos íconos son muestras de amor de “la familia” y comprometimiento con el grupo para enfrentar a la sociedad que es injusta porque los persigue y hostil porque los recrimina.  El involucramiento en acciones criminales como robos, secuestros, narco tráfico y extorsiones han sido agravantes para afirmar y consolidar su identidad. Los rituales de bautizos y las pruebas para expresar su valentía se tornaron a crudas manifestaciones de salvajismo, en una cultura alterna que  revela la disposición de lo que son capaces de hacer por el grupo que les abrió los brazos;  pero lo delicado de esto es que en la medida del incremento de la brutalidad en los crímenes cometidos, se involucran adolecentes de menor edad y más mujeres, consecuentemente se necesita que esas actitudes se contrarresten con políticas públicas continuas que promuevan la apertura de posibilidades educativas, espacios laborales y distractores deportivos, artísticos y culturales, de manera que se pueda responder a las demandas juveniles.

Porque como se ha visto, aparte de que entre las pandillas les llamen vivir "la vida loca" a las reuniones que realizan para consumo de drogas, sexo, comentar las subidas de adrenalina de las escapadas de la policía y/o  exponer las amenazas de las bandas rivales que ha asesinado a sus compañeros o a grupos de otros barrios que según ellos “se creen superiores”  porque invaden su espacio; estos grupos son un vivo ejemplo del marcaje de territorio y la organización para la defensa de una demarcación identitaria;  las disputas y agresiones, son simples manifestaciones de identidad colectiva, que en forma individual, a falta de orientación, quieren defender con su salud, su libertad o su vida.

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